Boletín No. 7

Vol 2 No 4, abril 2006

LAS GLORIAS DE DIOS

Por Ricardo Vivas Arroyo

El apóstol Pablo nos exhorta a no sentirnos satisfechos jamás, sino ir siempre por más, hasta alcanzar aquello para lo cual fuimos alcanzados por Dios, que es llegar a poseer a Dios mismo (Fil. 3:12-15).


La gloria de Dios es inmensa, sus cuatro destellos son tan brillantes que para disfrutarlos, debemos identificarlos (1 P. 1:11). Experimentar lo que Dios hace, lo que Dios tiene y lo que Dios es en y con nosotros, determina también el grado de gloria que tendremos.


La gloria de lo que Dios hace es la gloria de su Nombre, porque todas sus obras que nos encomendó hacer, siempre serán en su Nombre, eso es lo que nos permitió saber del amor de Dios y su gran Salvación, pero a la vez es lo que nos permite compartir de su amor con los que no le conocen (Mr. 16:16-18).


La gloria de lo que Dios tiene es la gloria de su Palabra, porque es por ella que se compromete con nosotros cuando la creemos. Cuando cumple creemos y esperamos que sus promesas se cumplan, su gloria resplandece y nosotros poseemos su divina provisión que es nuestra herencia. De ese modo Dios nos garantiza que lo que Cristo ganó para nosotros lo poseeremos por medio de la fe de Él (2 Co. 1:19-20, He. 9:15, 10:35-36).


La gloria de lo que Dios es en nosotros, es la gloria de su Vida, porque servirle es dejarle vivir a través de nosotros y permitirle llevar a cabo nuestra vocación personal (Col. 1:25-29).


Y la gloria de lo que Dios es con nosotros, es la gloria de su Presencia, porque la única manera de manifestarse en esta tierra, es mediante su cuerpo que es la iglesia, formada por los verdaderos creyentes. Él está manifestando su presencia por medio de aquellos que se han rendido por completo a su voluntad (1 Co. 14:24-25).

Estas cuatro glorias nos permiten también experimentar su buena voluntad
agradable y perfecta (Ro. 12:2), la cual tiene cuatro canales de manifestación: Su voluntad creativa, que es la causante de los milagros y maravillas que recibimos y compartimos en su Nombre (Mt. 8:1-3). Su voluntad justa, que se manifiesta al cumplirse su Palabra al que la cree, porque la Biblia es la revelación de su justicia, y nos entrega lo que Dios tiene en ella (Stg. 1:17-18, Mt. 26:42, Jn. 5:30). Su voluntad específica, que se cumple en aquel que le sirve, porque es personal, lo que Dios es en cada uno de los creyentes verdaderos (Ef. 1:5, 5:10, 17, Ro. 9:19-20, Jn. 4:34, He. 10:7). Y la voluntad última o plena de Dios, que se cumplirá cuando Él venga y nos reunamos con Él, lo que Dios es ahora y lo será con nosotros en aquel
día (Hch. 3:20-21, Ef. 1:9-12). ¡Aleluya!