7 VERDADES LECHE II

ARREPENTIMIENTO DE OBRAS MUERTAS

Por Ricardo Vivas Arroyo

La segunda de las siete doctrinas básicas enlistadas en Hebreos 6:1-3, es la del Arrepentimiento de Obras Muertas. Esta doctrina muestra a Dios muy misericordioso, ya que habiendo motivos suficientes para condenar a todos por causa del pecado, produce en el pecador arrepentimiento, y le da la oportunidad de Salvarse al acercarse a Él mediante Jesucristo (2 P. 3:9). Es importante entender los dos aspectos: Lo que es el verdadero arrepentimiento, y lo que son las obras muertas.

I. OBRAS MUERTAS

Cuando estábamos perdidos, estábamos obligados a pecar, no nos quedaba opción, pues éramos por naturaleza rebeldes, hijos de ira, sujetos al pecado como un señor tirano (Ef. 2:3). La ley tuvo el propósito de condenarnos al establecer un estándar que jamás el hombre por sí mismo pudo alcanzar y la ley lo condenó (Ro. 3:12, 20, 23), porque todas sus obras estaban muertas, es decir, provenían de un hombre muerto en sus pecados (Ef. 2:1).

Al recibir a Cristo como nuestro Salvador, tuvimos que renunciar a nuestras obras mediante el arrepentimiento (Tit. 3:4-7, Ef. 2:8-9), fue entonces cuando nacimos de nuevo, recibimos la naturaleza del Hijo de Dios, pura y sin mancha, que es Cristo en nuestro espíritu que por Él fue regenerado, y recibió los genes divinos que le dieron la vida eterna, somos entonces nuevas criaturas en Cristo, con naturaleza divina, santa y perfecta, todo esto en nuestro espíritu (Jn.1:12-13, 2 Co. 5:17, Gá. 6:15).

Como cristianos debemos entender que estas dos naturalezas: la vieja y la nueva, siempre estarán dentro de nosotros, y dependerá de nuestra decisión, el que una prevalezca sobre la otra (Ro. 8:13, Gá. 5:16-17). El viejo hombre también es identificado como la carne, que sigue contaminada por el pecado, la tendremos hasta el tiempo que muramos físicamente o que Cristo venga y seamos transformados (Ef. 4:22-24, Col. 3:8-10). Por lo tanto, pretendiendo hacer la voluntad de Dios en nuestra vida natural, o propia capacidad, jamás podremos agradar a Dios, porque no podremos hacer lo correcto, que es su voluntad (Ro. 8:7-8).

Romanos 7:14-25, nos muestra el dilema de un cristiano que pretende vivir en su esfuerzo propio, intentando, como en el Antiguo Testamento, acercarse a Dios mediante sus propias obras, lo cual lo frustra y lo convierte en un hombre miserable o hipócrita, que aparenta una vida que no existe. Estas son las obras muertas, no sólo aquellas groseras que todo mundo
reconoce, como la fornicación o la mentira, sino aún aquellas que parecen ser buenas, pero que son hechas en nuestra capacidad natural.

Hay un evangelio pervertido que los Gálatas pretendieron seguir, en el que ya no era la gracia de Dios la que les garantizaba bendiciones, sino las obras (Gá. 1:6-9, 3:3, 4:9, 6:11-16), Pablo los llama insensatos, por pretender perfeccionarse en la carne, en su propio esfuerzo, inútil y frustrante. Debemos reconocer que lo mejor del hombre no sirve, que es imposible aprobar en nuestra capacidad propia (Is. 64:6, Gá. 3:10, 5:4). Si le diéramos valor meritorio a cualquier obra buena hecha en nuestra capacidad natural, tendríamos que restárselo a los méritos de Cristo, desechando con ello su gracia.

En aquel día, el día de Cristo, cuando todos los creyentes comparezcamos ante su tribunal, el fuego hará la prueba de nuestras obras, y hay tres materiales orgánicos y por lo tanto combustibles, que tipifican las obras muertas que se quemarán, y por lo tanto se perderán las recompensas (1 Co. 3:11-15). Madera, heno y hojarasca. Es obvio que la hojarasca es basura,
por lo tanto representa a los pecados groseros que cometen los cristianos que andan en la carne y se dejan llevar por sus concupiscencias. Pero el heno, que es usado como ornato y crece sobre los árboles, puede prefigurar la vida farisea, legalista e hipócrita que aparenta piedad y hace cosas para obtener reconocimiento de los demás, pero que está hueca, que es vanidad (Mt. 6:2, 5, 16). La madera se usa para los andamios en la construcción y para los acabados, tipifica lo humano, es buena, por lo tanto tipifica obras “buenas”, que muchos creyentes hacen en su propia capacidad, pero que al no provenir de la nueva criatura, siguen siendo obras muertas, las cuales también se van a quemar (1 Co. 13:3).

No sólo el perdido debe arrepentirse, el creyente debe arrepentirse de todas sus obras muertas, debe examinarse cada día y renunciar a la propia capacidad, para no edificar madera, heno u hojarasca (Ro. 13:12). Es mejor resolverlo ahora y ser perdonados, para que no aparezcan en el tribunal de Cristo y pasemos vergüenza al comparecer delante de Él en aquel día (1 Jn. 2:28, He. 9:14).

II. OBRAS VIVAS

En contraste, las obras vivas, son todas aquellas hechas en fe, donde opera la gracia de Dios, aquellas preparadas por Dios de antemano para andar en ellas (Ef. 2:10, Gá. 6:7-10, 14-15, 18, Ro. 8:12-13, Ro. 6:11-15, 22). Pablo nos declara que la obra ya no es obra aprobada, si no es hecha en la gracia (Ro. 11:6, 1 Co. 15:10, Gá. 2:19-21). Nada de mezclas, nada de esfuerzo, nada de capacidades o habilidades nuestras, todo eso hay que traerlo a la cruz de Cristo para que sean vivificadas mediante la fe. La carne obra, el espíritu fructifica, es decir, manifiesta la nueva naturaleza que nos fue implantada al recibir a Cristo (Gá. 5:19, 22-25).

Estas obras vivas están prefiguradas con aquellos tres materiales inorgánicos: el oro, la plata y las piedras preciosas, que por lo tanto no son combustibles, que prefiguran las obras del creyente que al permanecer al ser pasadas por fuego, van a ser recompensadas en aquel día: El oro es figura de lo divino, los muebles del Tabernáculo cubiertos de oro, muestran la divinidad en Cristo. La plata es figura de la Redención que Cristo ganó con su sacrificio, como las bases de plata que sostenían las tablas del Tabernáculo. Las piedras preciosas, como las del pectoral del Sumo Sacerdote, muestran el gran valor que cada gema tiene al ser pulida y grabada con los nombres de los hijos de Israel. En suma, la obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, son necesarias en el alma de cada creyente, para que pueda decir con confianza que sus buenas obras, las que serán recompensadas, serán precisamente las que él no obró, sino las que Dios
obró en él y mediante él (Is. 26:12, Jn. 6:28-29, 14:12).

III. SIGNIFICADO DEL ARREPENTIMIENTO

El verdadero arrepentimiento involucra las tres áreas del alma.: La mente, las emociones y la voluntad. En el hebreo existen dos palabras diferentes que se traducen como arrepentimiento. En el griego existen tres, el entenderlas nos permitirá comprender con mayor profundidad la
obra de Dios para con el hombre:

Nicham (he). Significa cambiar de opinión, de parecer o de propósito. Esta palabra no implica reconocer un error, pero si un cambio en los pensamientos. Algunos textos que tienen esa palabra y que nos pueden ayudar a ver su aplicación, se refieren a Dios:

  • (Gn. 6:6-8). Como vemos, Dios se arrepintió, es decir, cambió de parecer respecto a su obra, por lo que va traer el juicio del diluvio, salvando por gracia a Noé y su familia, para volver a empezar.
  • (Ex. 32:12-14). Moisés pide a Dios se arrepienta de haber pensado destruir a su Pueblo y su intersección logra que Dios cambie de parecer.
  • (Jr. 18:8-10). Dios ofrece arrepentirse de hacer mal a su pueblo, si su pueblo se arrepintiere (shûb) de su mal camino, de lo contrario Dios se arrepentirá de hacerles bien.
  • (Joel. 2:13-14). Dios se arrepiente del castigo, cambia si ya no es necesario. Otras citas (/Sal. 106:45, Is. 63:17, Nm. 10:36, Sal. 90:13).

Shûb (he). Significa volverse, regresar, convertirse, rectificar. En este caso se refiere a dejar algo equivocado. Veamos algunos ejemplos:

  • (Pr. 28:13). Se refiere a apartarse del pecado.
  • (Is. 44:22). Tornarse a Dios de sus pecados.
  • (Jr. 24:6-7). Se volverán a mí, de todo su corazón.
  • (Ez. 14:5-6). Dios le pide a su pueblo convertirse y volverse de sus ídolos a Dios.
  • (Ez. 18:21-23, 27-28). Dios ofrece vida al impío que se apartare de sus caminos.
  • (Ez. 33:11-16). Volverse del mal para hacer el bien traerá vida al impío.
  • (Nm. 23:19). Dios no es hombre para que se arrepienta de esta manera Shûb (1 Sm.15:29, Mal. 3:6).

Metanöeo (gr). Significa cambiar de mente, reconocer intelectualmente un error, darse cuenta que algo está mal y repudiarlo. Ejemplos:

  • (Mr. 1:15). Arrepentíos y creed al Evangelio, cambiar la mente para conformarla a los principios divinos del Evangelio mediante la fe.
  • (Lc. 15:17). El hijo pródigo volvió en sí, es equivalente a decir, recuperó la razón y se dio cuenta de su gran error, lo que lo movió a regresar y pedir perdón.
  • (Lc. 24:47). Les mandó predicar este arrepentimiento a todos, es decir, el convencerlos mentalmente de sus errores o pecados.
  • (Hch. 8:22). Reconoce tu maldad y abandónala, fue el consejo de Pedro a Simón en mago.
  • (Ap. 2:5, 16, 21-22, 3:3, 19). De las siete iglesias de Asia, figura de las diferentes etapas de la era de la iglesia, vemos que a cinco Dios les habla de la necesidad de arrepentirse, es decir, reconocer sus errores y cambiar su mente.

Metamelomai (gr). Significa cambio de sentimientos, dolor de corazón o tristeza por fallar, pesar por haber ofendido a alguien. Veamos algunos ejemplos:

  • (Lc. 22:31-32, 60-62). El Señor le dice a Pedro que después de haber sido sacudido por el diablo, debe volverse a Dios, arrepentirse con este dolor de corazón, y después podrá confirmar a sus hermanos. Sabemos que en efecto, Pedro lloró amargamente al negar a su Señor, oír el canto del gallo y cruzar su mirada con Él.
  • (2 Co. 7:9-10). Contristados para volverse a Dios, emocionalmente afectados con dolor por haber fallado a Dios.
  • (Ro. 2:4). La benignidad de Dios nos guía a enternecer el corazón y abrirlo a Dios.
  • (Stg. 4:8-10). Allegarse a Dios cuando se está lejos, con el corazón dolido por haberle
  • fallado.
  • (Hch. 2:36-38). Fueron compungidos de corazón y Pedro les aconseja arrepentirse, sentir pesar por haber pecado y volverse de corazón a Dios.
  • (Ro.11:29). De la misma raíz, pero con carácter de irrevocable, respecto a los que Dios da al hombre como el llamado y sus dones, dice que Dios no se arrepiente de haberlos dado.

Epístrepho (gr). Significa decisión de volverse atrás, acto volitivo de cambiar el curso de las cosas en dirección contraria. Ejemplos:

  • (Hch. 3:19). Aquí aparecen juntas: Epístrepho y metaöeo, traducidos como: arrepentíos y convertíos al Señor, es decir, decídanse y cambien de manera de pensar.
  • (2 Ti. 2:19). Se traduce como apartarse de iniquidad.
  • (Hch. 20:21). Predicando el arrepentimiento para con Dios, decisión firme de volverse a Él.

Un caso muy interesante de analizar es el de Judas, porque los evangelios nos refieren que se arrepintió (Mt. 27:3-5) y devolvió las monedas de plata, la palabra usada es metanöeo, es decir, se dio cuenta de la magnitud de su error, también se ve que le pesó en su corazón, es decir, sintió metalomai, pero no se volvió a Dios de su voluntad, en vez de la cual, decidió castigarse a sí mismo, considerando que no alcanzaba el perdón de Dios. Es decir, le faltó epístrepho, decidir buscar a Dios. El mismo problema de Caín que pensó que su pecado era más grande que el perdón divino y aceptó su condenación (Gn. 4:13).


Cuando en el Nuevo Testamento se analiza el caso de Esaú (He. 12:16-17) y el porqué no alcanzó bendición aunque la buscó con lágrimas, es que no tuvo lugar al arrepentimiento (metanöia), es decir, nunca reconoció que se había equivocado al cambiar su primogenitura por las lentejas, sino que inculpó a su hermano. Él quería todo, los privilegios de la primogenitura y
también las lentejas, que suplieran su necesidad inmediata, figura de los deseos egoístas por lo terreno, y ambas cosas no se pueden tener.


La predicación del Evangelio inicia siempre con anunciar la necesidad del verdadero arrepentimiento:

Dios el Padre (Hch. 17:30: 2 P. 3:9).
Jesucristo (Mt. 4:17; Lc. 13:1-5).
Juan el bautista (Mt. 3:1,2.).
Los discípulos (Mr. 6:12; Lc. 24:47).
Pedro. (Hch. 2:38).
Pablo (Hch. 20:21; 26:20).

El arrepentimiento puede darse por medio de tres cosas:

a) La corrección y la disciplina de Dios (He. 12:6,10, 11; Ap. 3:19).
b) El reproche de otros cristianos (Mt. 18:15-17).
c) La disciplina de los ministros (2 Ti. 2:24-25).

El propósito de Dios es que el pecador se de cuenta de su realidad a la que el pecado le ha llevado; y entonces desee regresar a Dios. La parábola del hijo pródigo es el ejemplo claro para los hijos que se alejan de Dios (Lc. 15:11-32).

IV. SIETE SEÑALES DEL VERDADERO ARREPENTIMIENTO

En 2 Co. 7:11 hay un claro ejemplo de lo que produce el verdadero arrepentimiento, como frutos dignos de él. Veamos los siete frutos o signos del verdadero arrepentimiento:

  1. “Qué solicitud”, una disposición inmediata a confesar y a corregir el camino errado, de cambiar. A veces puede haber un reconocimiento del pecado, como en el caso de Saúl, pero sin una verdadera disposición de cambiar, así no sirve porque es parcial. El arrepentimiento produce la confesión de los pecados (1 Jn. 1:9). Dios es fiel y justo para perdonar a quien se ha arrepentido y confiesa creyendo en su sacrificio. Esta confesión va dirigida primero a Dios (Sal. 32:5) y también a quienes han sido ofendidos (Mt. 6:14,15; Lc. 19:8, Is. 1:17.). Dios otorga su perdón completo al pecador arrepentido, que incluye el olvido eterno de nuestras ofensas (Heb 8:10-12).
  2. “Qué defensa”, defender significa concentrar todos los recursos en resistir el ataque del enemigo, es la prueba de que estamos arrepentidos. Si sabemos donde somos vulnerables, debemos prevenirnos para no flaquear nuevamente.
  3. “Qué enojo”. Qué indignación, un sentimiento contrario al amor, la tercera señal del arrepentimiento es aborrecer el mal. No alejamos de lo que antes nos atraía, nos separamos de aquello que nos gustaba (Pr. 28:13, Ez. 18:21-23). Odiar la carne, el “Yo” que se cree autosuficiente, el orgullo y la auto justificación, es la mejor protección para
    nuestro corazón.
  4. “Qué temor”. La conciencia es sanada y puede ser guiada por el temor de Dios, su presencia se hace más clara a cada momento, ayudándonos a caminar rectamente, procurando agradarle en todo lo que hacemos. Es acogerse realmente a Dios, sabiendo que Él no nos echa fuera (Lc. 15:21-24).
  5. “Qué gran deseo”, no sólo hay una reacción a abandonar las obras muertas, sino un gran deseo de hacer lo bueno, de agradar a Dios. La apatía por las cosas de Dios es una señal de falta de arrepentimiento, indicando que existen áreas del alma que siguen atadas a las obras muertas. Este anhelo ardiente por agradar a Dios es lo que produce una mayor consagración.
  6. “Qué celo”. Un sentido de exclusividad, de verdadero aprecio por Dios y su santidad y no permitir mezclarlo con nada fuera de Él. Es este celo el que permite que el Espíritu de Cristo tome el control y vaya apareciendo como fruto en el alma rendida del creyente.
  7. “Qué vindicación” Vindicar significa restituir, recuperar lo perdido (Lc. 19:8-9, Mt. 6:14-15). Esto es lo que se conoce como “conversión” o cambio radical de vida (1Ts.1:9; Mr.1:15; Gá. 5:22-23). La vindicación lleva al creyente arrepentido a vivir una vida nueva, sus costumbres y estilo son dejados atrás (Ef. 2:2, 11-13, Hch.11:18;2Ti.2:21-22, Fil.2:12-13).

El mismo patrón siguió David cuando se arrepintió de sus pecados cuando el profeta Natán le hizo entender que él había fallado y dictado su propia sentencia de muerte sobre sí mismo (Sal.51)

  1. Qué solicitud: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado.”
  2. Qué defensa: “Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.”
  3. Qué enojo: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.”
  4. Qué temor: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades.”
  5. Qué gran deseo: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.”
  6. Qué celo: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza.”
  7. Qué vindicación: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Haz bien con tu benevolencia a Sión; Edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, El holocausto u ofrenda del todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.”

Hay otros temas doctrinales relacionados con el arrepentimiento de obras muertas, tales como: La conversión, la Regeneración y la Adopción, que por lo extensos, no serán desarrollados en este estudio; pero es muy recomendable orar y estudiarlos posteriormente con detenimiento, para no dejar huecos o lagunas en la doctrina, que nos debiliten al confrontar las pruebas y batallas de la fe que nos esperan en el camino que nos falta recorrer.

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